Arcoiris en la oscuridad


..Días y días sin comer, sólo fumando
para espantar el hambre, sí.
Es que quiero ser estrella
una famosa estrella de rock.


Parménides García Saldaña


TODO ERA LODO, TODO ERA ESA SENSACIÓN FRÍA, mierdera, asfixiante del lodo, todo era la oscuridad de ese cuarto, la oscuridad fría y húmeda del lodo. Un reloj dio las nueve de la noche y de lejos llegó un murmullo que había recorrido media ciudad. Sumido en la penumbra Charlie balbucía, en el dialecto de los moribundos, una vieja canción que sonaba en el reproductor.
El cuarto estaba lleno de presencias amenazantes, que desaparecían si volteaba la vista. Las paredes proyectaban figuras que se reflejaban en su rostro como tatuajes, imitando los dibujos que cubren la piel de los saurios y las serpientes.
Aunque la habitación entera parecía vibrar con la música, el hombre tendido en la cama apenas se movía, apenas se notaba en él algún signo de vida. La tos, acaso, hacía que se moviera de vez en cuando. Su vista estaba clavada en el techo y sobre su cabeza cruzaba una banda metálica de colores, que no era otra cosa que la música que salía del reproductor. Esta banda surgía de un pequeño disco que giraba al compás de la canción. "Nuestra generación lo ha olvidado -pensaba. ahora se buscan sensaciones, estados emocionales, no visiones. Ver la música es algo que hemos olvidado".
En vano se esforzó para que sus amigos olvidaran esas búsquedas, esos iris en los que se exalta el ego y el individuo llega a conocer fugazmente la genialidad. Él sólo buscaba el placer momentáneo de aquellas imágenes, que llenaban el techo de la habitación con rojos, anaranjados, verdes y amarillos, que colmaban el espacio y lo hacían viajar y hundirse en las paredes, como si fueran de arcilla.
Muchas veces había visto la música, facultad que la mayoría de sus compañeros habían perdido por su empeño en intentar volúmenes, figuras zoomorfas y no simples grecas, líneas y colores. Ahora veía, quizá por última vez, cómo las paredes corrían desesperadas, cómo giraban poseídas de una locura inexplicable, hasta formar la imagen del disco y sus bandas de colores, cortando literalmente el techo y mostrando una estructura desgarradora, conforme la música que salía del reproductor.

Purple haze was my brain
Lately thing don't seem the same
Actin' funny but I don't know why
'scuse me while I kiss the sky


Con un ojo perdido tras el párpado y el otro clavado en el techo del cuarto, por el que no habían dejado de pasar las imágenes desgarradoras de su iris, de su alucinación, a Charlie le era posible seguir las rápidas evoluciones de la banda, que viajaba ocupando el reducido espacio como una serpiente atrapada en un cajón, cubriendo su piel temblorosa, constatando su muerte, mientras él caminaba mentalmente por las calles que conociera en la onda; había comenzado a cansarse de todo, de andar de aquí para allá, buscando una tocada que apenas le dejaba algunos centavos que invariablemente iban a parar a las manos de algún vendedor de mota, un conecte suspicaz que adivinaba hasta el último de sus pensamientos, mientras le extendía con falsa complicidad las pastillitas moradas, las naranjitas, los purple haze, que eran las presentaciones habituales del LSD. Cincuenta o sesenta pesos; poca cosa a cambio de una noche de revelaciones, de viaje de ideas materializadas.
"Nuestra generación lo ha olvidado; a nadie le interesa ver la música." Casi no recordaba la mañana lluviosa que vio la música por primera vez. Llegó a su casa muy excitado, con el ácido en el bolsillo y el disco de Jimmy Hendrix bajo el brazo. Por un instante pensó que se volvería loco al ver aquellas líneas cruzando frente a sus ojos: se sintió caer en un profundo pozo y luego vio las paredes moverse y quebrarse una y otra vez. "Carajo", fue lo único que atinó a pensar.
Las primeras visiones eran simples, carecían en absoluto de volumen y le causaban una gran confusión; las segundas era producto del desvanecimiento de las primeras. Flotaba en el ambiente un tenue polvo de colores, que al tocarlo se desintegraba sin dejar huella. Era como si el color hubiera escapado de las cosas, pulverizado y corriendo agitado por un viento interno, acariciando su rostro. Las posteriores eran más complejas, porque aglomeraban dicho polvo para formar extraños poliedros de aspecto vegetal y otras figuras de precisión deslumbrante. Por último, tales cuerpos geométricos adoptaban la forma de los objetos que lo rodeaban, suplantando a la realidad o devolviéndole a la misma.

Purple haze all around
Don't know if I'm coming up or down
As I happy or in misery
Whatever it is that girl put a spell on me.


Bajo el influjo de la experiencia componía intrincadas melodías que, según él, explicaban la naturaleza de sus alucinaciones o hacía textos desmesurados, cuya musicalización requería de media hora, pero que glosaban una idea de tres palabras. La madrugada lo sorprendía despidiendo a las últimas viborillas, fosforescentes que salían por la ventana y comenzando su trabajo de relatar la experiencia, de registrar el mundo efímero de sus alucinaciones.
En los primeros días no usaban el cabello largo, pero ya conocía la geografía del mundo de los colores auditivos, de los sonidos visuales, de las arquitecturas ciclópeas pero quebradizas, los signos repetidos mil veces, hasta donde su vista podía llegar.
"Lo hemos olvidado; deberíamos ver la música". En eso pensaba mientras encendía un carrujo y le daba un sorbo a la botella de tequila; submarino le llamaban a eso. Jalar el humo, retenerlo, darle el trago a la botella, soltar el humo. Se sentía nacer de nuevo. Eso era fumar, sentir el paso seco del humo por su garganta: nacer de nuevo, olvidarlo todo, volver a la pasividad oscura del vientre materno.
"Carajo", pensó. Empezó por perder la mañana tratando de escapar de su casa; perdió el hambre el mediodía y el dinero por la tarde. Su padre había encontrado en el fondo del armario la mota, las bachas, los purple haze. "Dijiste que lo dejarías, Carlos. Contigo me siento fracasado, hijo". La droga, el veneno, el mal.
Carajo, por qué hablas así de lo algo que no conoces. No satanices la droga, dad. Si un instante, solamente un segundo, hubiera tenido acceso al mundo que él conocía, si pudiera despojarse de sus horrendas corbatas y de los infames trajecillos con los que acudía rutinariamente a su oficina, no hablaría así. Pero te faltan huevos para eso, dad.
En el cuarto abandonó los vestigios de su vida en esos años: las fotos de Hendrix, la guitarra eléctrica erizada de uñetas, los carteles de algunas de sus tocadas (explanada de esto y de aquello o cancha de basquetbol, 6:30, no faltes), el estante de los discos: Greateful Dead, Mars Bonfire, The Doors, Jefferson Airplane y toda la fauna sicodélica.
Apenas tuvo tiempo de sacar la grabadora y un poco de dinero; todavía aturdido, salió a la calle tratando de ubicarse, buscando un lugar donde seguir. Era lo de siempre, pelarse con su jefe, salir de la casa, volver cuando se le hubiese acabado el dinero.
Tocó a la puerta de un conecte que le cambió una bolsa de mota y un purple haze por algo de dinero y el reloj. Llegó a un hotel de mala muerte con el tequila en la mano, cruzó la puerta ruinosa y se tendió en la cama a alucinar. La tarde se había vuelto repentinamente lluviosa, pero él estaba a salvo. "Lo hemos olvidado", pensaba, mientras la música cruzaba majestuosamente la habitación, como un arcoiris en la oscuridad.

Purple haze was in my eyes
Dont't know if it's a day or night
You've got me slowing, blowin' my mind
Is it tomorrow or just the end of time?


Todo se había vuelto lodo, esa sensación de lodo, pero ahora duro, reseco. Recordaba su vida como algo lejano, como si no le hubiese ocurrido a él. El cassete se había detenido y sólo se escuchaba el chapoteo de la lluvia persistente sobre la calle lodosa; él se revolvía en la cama húmeda por el agua que escurría por la pared. Se sentía cansado y algo decepcionado también, porque al escupir sobre el piso había descubierto unas pequeñas gotas de sangre que flotaban en su saliva; entonces se le ocurrió que aquellas bandas de colores eran sólo sangre de algún vaso capilar, la dilatación de una diminuta vena del globo ocular. Tosiendo, sonrió con tristeza y miró la botella casi vacía: algunas gotas de sangre habían escurrido por sus paredes hasta diluirse en el fondo. "Carajo", fue lo único que atinó a pensar.

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