Diario del Che en el manicomio






En dos ocasiones, distantes entre sí por casi 10 años, se me ha ocurrido la escritura de un cuento sobre el Che Guevara, mismo que por diferentes razones no he realizado. Los dos bosquejos difieren por detalles, pero coinciden en lo esencial. Hoy que los restos del guerrillero cubano-argentino han sido descubiertos y plenamente identificados en Bolivia, mi pretensión de llevar a cabo esta pequeña farsa se debilita.
Escribo esto en un nuevo aniversario de su asesinato, cuando su ideología (que no sus deseos de justicia o su coherencia entre el hacer y el decir) ha caído en el descrédito y parece haber ingresado al archivo muerto de la historia. Motivado por esta circunstancia, ofrezco el esquema de ese relato que ya no escribiré.
El cuento está escrito en primera persona. Adopta la forma de un diario, en analogía al célebre Diario de Campaña del Che en Bolivia. De hecho, mi primera intención es que se llamara así, Diario del Che, aunque esto podía provocar alguna confusión. Una segunda idea es que se llamara Diario del Manicomio. El título me desagrada, porque "vende" parte del argumento. Por indeseable, prefiero usar otro nombre, que momentáneamente dejo a la imaginación del lector.
El autor del diario dice ser el propio Che Guevara. Los acontecimientos que narra, sin embargo, ocurren mucho tiempo después del 8 de octubre de 1967, fecha en que es asesinado el Che. El narrador se declara preso; éste debe ser un primer indicio de que algo anda mal, pues si un diario de campaña es algo comprensible y hasta necesario, el diario de un prisionero de guerra se antoja un tanto inverosímil.
Hay, no obstante, una referencia a un hecho histórico que, para quienes conozcan mínimamente la vida del Che, es de sobra conocido: hacia 1965, cuando el comandante Guevara marcha en secreto al Congo, se desata una tempestad de rumores sobre su ausencia de Cuba. Dos de éstos le ganan la mano a la versión oficial: o el Che ha sido asesinado por Fidel Castro o está preso, acaso en un campo militar, acaso en un manicomio.
Esta última posibilidad, mencionada por quien escribe el diario, se debería manejar de tal forma que el lector debe creer que el relator es en efecto Ernesto Guevara de la Serna, prisionero de Fidel Castro en un manicomio, aunque provocando en él la sospecha de que, por el contrario, pudiera tratarse de un demente que se cree el Che Guevara y a causa de su paranoia elabora su incongruente "diario".
No creo que sea necesario documentar este período de la historia. Por otra parte, me parece difícil encontrar información acerca de los rumores que se desataron en Cuba y fuera de Cuba sobre el Che. Un prurito injustificable me obligó, en un tiempo, a buscar datos sobre ese oscuro lapso en la actividad guerrillera del Che, pensando en que un hipotético lector, con más conocimiento sobre la vida del comandante, pudiera sentir demasiado débil o superficial esta parte del relato.
Finalmente, lo más importante no es esta documentación, sino el desarrollo de la trama. Por igual (y sin caer en trampas facilonas o pistas falsas) se deben manejar elementos que sostengan las dos posibilidades. Un conocimiento de datos personales íntimos, no consignados por ningún biógrafo, verosímiles, acentuarán la idea de que en efecto se trata del militar cubano, preso por sus excompañeros.
Otra pista que podría reforzar esta idea, puede ser alguna hipótesis sobre la causa de su encierro, una insalvable diferencia de orden político con Castro Ruz. Este punto es delicado, pues nuevamente se debe demostrar un conocimiento convincente de la situación política que se vivía, de la ideología de Guevara y evitar el artificio que representan las diferentes versiones que corrieron al respecto, que en su totalidad deben considerarse falsas para los fines del argumento.
Pero, simultáneamente, algunos hechos incongruentes, algunas contradicciones flagrantes, pueden nuevamente hacer creer al lector que no el Che, sino un demente, es el autor del supuesto "diario".  Una tercera posibilidad, que prefiero no explorar, es que él no sea el Che, pero sus captores lo crean tal.
Digo que es preferible abandonar esta posibilidad para evitar un retorcimiento excesivo y chocante del cuento. La economía del género obliga a un desarrollo menos enredoso. El peligro es que se llegue a un callejón sin salida, en que el más confundido sea el autor. O que se opte por una salida fácil, estilo "todo fue un sueño".
No, definitivamente. El desenlace debe ser concluyente y la solución, única. El autor del diario es el Che Guevara prisionero o es un loco que se cree el Che Guevara. Una u otra, sin ninguna duda, sin un solo matiz, sin ambigüedades.
Por decepcionante que parezca, si hoy tuviera que escribir este relato me inclinaría por la segunda solución. El descubrimiento de los restos del Che Guevara no tiene ninguna importancia, aclaro, porque el cuento es una realidad alterna. En el cuento puede existir un Che Guevara vivo y prisionero en un manicomio, aunque en nuestra realidad exista otro, muerto desde hace muchos años.
Precisamente por esto, prefiero dicha solución. Porque de ella no se pueden extraer ni moralejas políticas, ni "mensajes" sociales. El hombre en el manicomio no es, para nosotros, el Che Guevara. Pero él, que interpreta la existencia de una forma diferente a la nuestra, es el Che, en una realidad enajenada, tan diferente a la nuestra como la narración misma.
Como éste no es el cuento, sino un mero esquema, y para no desencantar a los lectores de este borrador (contradiciendo lo que escribí líneas arriba) les ofrezco un final disolvente, sin que se resuelva la duda planteada. De esta manera, el lector puede creer aquello que mejor le acomode, que más lo convenza o le agrade.

Y ésa es la ventaja de nunca haber escrito el cuento. Que tú, lector, puedas escoger la trama que prefieras, de las muchas que se podrían desarrollar. O todas. O ninguna.