Nacer de nuevo


De la muerte, no.
Sálvenme de la vida
Sálvenme de mis ojos
Ya invadidos de gusanos
De la herrumbre de mis huesos
Y del alma

José Revueltas

Bitácora de laboratorio, 1201.DOC
Soñé con mi antiguo cuerpo. Es sorprendente la fidelidad que puede uno guardarle a su envoltura corporal. En mi sueño llegaba desnudo a un baño público, sintiendo las miradas inquisitivas de hombres y mujeres (el baño era mixto). Un poco apenado, iba hacia un rincón y ocupaba una regadera de forma caprichosa, acaso antigua. Al enjabonarme, la piel se me caía a pedazos; debajo de la epidermis quebradiza surgían unos músculos fibrosos, lisos, una piel rojiza que me llenaba de horror.
No recuerdo más: desperté con la boca seca y me dirigí al baño para echarme un poco de agua. Entonces el espejo me devolvió una imagen nueva para mí, la de un joven completamente diferente al hombre que fui hasta hace poco.
Incluso las cosas más simples me parecen maravillosas, como orinar, por ejemplo. Toco un miembro que no es el mío con estas manos húmedas, con esta piel sin arrugas.
Me acerco a la ventana y veo a la distancia la ciudad y su gente, pequeña, limitada. Sólo así me doy cuenta de lo lejos que he llegado. Aún este cuerpo, tan superior al que tuve, no es sino una pequeña concha, una envoltura que más tarde o más temprano tendré que abandonar, para tomar otra y otra y otra.
Abro el periódico y leo sin sorpresa la noticia de mi muerte, el "brutal asesinato del doctor Víctor Andrade Letelier" a manos de un ladrón, que lo apuñala bárbaramente en la calle. Sonrío con un poco de nostalgia. Después de todo era mi cuerpo, aunque no me entristece. Mi estado actual me libera de cualquier remordimiento, de cualquier deseo o angustia por el cuerpo achacoso que me contenía.
Por cierto, me repugnan las esquelas que han publicado esos estúpidos a los que siempre desprecié, lamentando "la profunda pérdida que ha sufrido la comunidad científica", una estúpida comunidad científica, incapaz de imaginar siquiera lo que estaba haciendo. Río para celebrar mi triunfo y desde sus jaulas, como acompañándome en mi risa, escucho maullar al perro y ladrar al gato.


Diario de Elisa, 12 de enero
Todos nos horrorizamos hoy en el laboratorio. Los periódicos estaban salpicados de noticias sobre la muerte del doctor Víctor; fue tan terrible. Cierto que no me caía muy bien, pero no dejaba de ser humano.
A veces era casi simpático; un par de ocasiones me invitó a salir. ¡Qué ocurrencia!, un hombre que podría ser mi padre. Bueno, no importa, el hecho es que hoy que ha muerto me siento mal, creo que debí ceder un poquito; no acceder a lo que él quería, me refiero, sino a haberlo conocido un poco mejor. Era tan maniático, tan loco. Me llenaba de regalos tontos, de flores a las que soy alérgica, ¡de chocolates, que tanto me engordan!
Recuerdo que una vez lo dejé esperando a la salida del laboratorio, el hombre se paseó y se paseó frente a la puerta, pese a que llovía a cántaros. No sé cuánto tiempo estuvo ahí, la verdad es que me quedé dormida y cuando desperté ya no había nadie. Al otro día regresó, me regaló un enorme muñeco de peluche que tenía escrito en la panza (con su letra): Me estoy pudriendo por ti. Qué tipo tan grotesco. Bueno, estoy hablando por un par de experiencias, por cosas sin importancia que me ocurrieron con él.
Debe haber sido terrible para su secretaria anterior: soportó su asedio durante casi seis meses y finalmente renunció. Cuando me entregó las cosas del laboratorio me dijo: "ten cuidado con el viejo, es así y de esa forma". Pero yo sé torear a ese tipo de viejos, le dije. Acepté el puesto con muchas reservas y me fui acostumbrando a su manera de ser. Lo esquivaba como a una mosca molesta, pero inofensiva, pobre doctor.
Sí, de cierto no sé en qué trabajaba, qué hacía realmente, qué podía justificar esos animales muertos. En una ocasión lo sorprendí jugando al Nintendo y en vez de contrariarse me dijo que era parte del trabajo. Es mejor no pensar en él. Según he oído, no han encontrado sus notas de trabajo y parte del instrumental está extraviado. ¿Por qué?, ¿lo robarían? ¿Se lo llevaría a su casa? No lo creo.

Bitácora de laboratorio, 1501.doc
Son innumerables las cosas que tiene uno que aprender para subsistir: ahora he estado a punto de comer detergente. Es intolerable, este muchacho (Federico, nombre al que ahora debo acostumbrarme) tenía todas sus cosas en desorden. Y esa clase de alimentos insípidos: granola, germen de trigo, comida dietética. En un frasco encontré algo que a ciencia cierta no sé qué es, pero que tiene el aspecto exacto del alimento que le daba a mi perro, ¿cómo se puede vivir así? Y su vestimenta, inadmisible. Las playeras y los jeans tal vez sean cómodos, pero su ropa de calle era de pésimo gusto. Como dato curioso, hallé en un rincón del closet, bajo un cubrepolvo de plástico, un espantoso traje de poliéster.
Después estuve observando a los animales: el perro, o más bien la mente del perro en el cuerpo del gato, es la más desconcertada, su agilidad, su fuerza lo sorprenden. No acostumbrado a las proezas felinas, genera movimientos desarticulados, parece pelear consigo mismo. El gato, por su parte, trata de brincar sin lograrlo; su cuerpo actual debe ser inmenso en comparación al que estaba acostumbrado a dirigir. Luego de cansarse se quedó tirado y no se ha vuelto a levantar.
¿A quién le llamo gato?, el gato ahora es el perro y el perro ahora es el gato. Digamos que el cuerpo del gato ahora se mueve de manera desordenada, mientras que el cuerpo del perro yace tirado en un rincón de esta recámara que he habilitado como laboratorio.

Diario de Elisa, 16 de enero
Siguen buscando las cosas del doctor, no aparecen por ningún lado, pero se descubrió algo horrible: en una jaula, en la que sin duda estuvo un conejo, encontraron los restos del animal en avanzado estado de descomposición. Lo terrible, lo monstruoso, es que al parecer el cuerpo putrefacto de este conejo palpitaba, es decir, se movía convulsamente por sí mismo. Según sé, se ha formado una comisión para investigar el asunto.
Descubrir esto y saber que parte del instrumental del laboratorio ya no existe, nos ha sorprendido. ¿A qué se dedicaba el doctor?, ¿qué estaba haciendo? Es un misterio, sobre todo por la lista tan diversa de cosas que han encontrado: cartuchos, cascos y guantes para juegos de video ("de realidad virtual", solía decir), bandejas de cirugía con pinzas y bisturíes, reactivos, generadores eléctricos y hasta un aparato portátil de electroshocks, llamado picana. ¿Qué tenía que ver todo eso con la neurofisiología?
Un neurofisiólogo, un hombre que estaba trabajando en problemas del cerebro, ¿por qué tenía un conejo semivivo y descompuesto en su laboratorio? Es algo que nadie puede explicar.

Bitácora de laboratorio 1901.doc
Hoy vi a Elisa. Es increíble lo que puede hacer el aspecto físico. El encuentro me proporcionó una sensación inédita para mí: se sintió halagada por mi presencia. Escogí muy bien este cuerpo, no cabe duda, además de otros hechos cómodos, como no tener familiares cercanos.
Elisa me permitió, inclusive, que la acompañara por un trecho bastante largo, el mismo por el que tantas veces me eludió. No sé si deba sentirme bien o mal, es tan lamentable; por un momento me dieron ganas de preguntarle si no se daba cuenta de que era yo, bajo otro aspecto, pero básicamente el mismo. Qué decepcionante.
Quedamos de vernos el próximo sábado. ¿A dónde la llevaré? No conozco ningún lugar, es como si hubiera acabado de nacer. A una disco, ni siquiera me gusta esa música; en fin, lo pensaré y estoy seguro de que hallaré el lugar perfecto.
En la calle me comí un hotdog; es un viejo vicio que tengo desde que trabajaba en el laboratorio. Hoy no pude resistir la tentación, y en recuerdo de aquella vida me comí la salchicha, pero inmediatamente me sobrevino una diarrea. Este cuerpo, a pesar de lo fuerte que pueda parecer, es muy delicado y debo alimentarlo con germen de trigo y Coca¬Cola dietética.
Necesito volver al laboratorio para revisar al conejo, aunque probablemente a estas horas lo hayan transferido o destinado a otro experimento. Después de todo a nadie puede llamarle la atención un simple conejo, porque sólo yo sé que no es un simple conejo.
También sería bueno checar las conexiones del casco con que construí el espacio cibernético (ciberespacio) donde se llevó a cabo el traslado. Temo que haya errores que ahora impidan al perro coordinar sus movimientos. Laborioso, este trabajo implica correr un programa que revisa los millones de conexiones físicas entre el cerebro y la máquina. El test completo se realiza en dos días.
En estas condiciones preferiría posponer la cita con Elisa, pero tratándose de la primera, asistiré, con todo y este malestar.

Diario de Elisa, 19 de enero
Por fin dejaron de molestar los policías que iban a ver qué podíamos decirles o qué sabíamos acerca de los posibles enemigos del doctor. Las sospechas corren en el sentido de que para asaltarlo no era necesario emplear tanta saña. No sólo eso, sino que una de las puñaladas le atravesó el corazón; fue un asesinato, pero realizado con minuciosidad quirúrgica. Esperemos que sea lo último que se escuche del infortunado doctor.
Lo que sí me gustaría anotar es la presencia de un muchacho muy simpático, llamado Federico, que me abordó a la salida del laboratorio; por un momento inclusive me pareció que estaba esperándome.
Mostró un interés que no imaginaba a simple vista, y me cayó muy bien. Creo que fue algo así como un flechazo, es muy agradable y un poco loco. Hay un detalle que me ha encantado: por una parte, es muy directo al referirse al impacto que le he causado y no se cansa de decirme que le atraigo. Pero también me parece que no es el tipo de persona que le habla a la primera muchacha que se encuentra.
Incluso me dio la impresión de ser muy tímido, porque su intención, desde el primer momento, era invitarme a salir. Dudó mucho, le dio vueltas al asunto y casi cuando nos despedíamos se atrevió a pedirme una cita. ¡Y tan ceremonioso que parecía estarme proponiendo matrimonio!
A decir de su figura, debe hacer mucho ejercicio. Cerca de él se siente una atmósfera de gran actividad, de gran fuerza física, aunque con el hecho incómodo de su transpiración excesiva. Pecatta minuta.

Bitácora de laboratorio, 2201.doc
Asistí a la cita con el traje de poliéster. Creí que era lo más lógico. Mientras la esperaba me di cuenta de que me quedaba muy ajustado, no podía cerrarlo. Debí haberlo pensado: si estaba bajo el cubrepolvo, era un traje viejo.
Como sea, ella se presentó un poco tarde y con el cabello húmedo. No dije nada, porque advertí que deseaba hacerme esperar y a la vez tener algún pretexto fácilmente comprobable para justificarse.
Este tipo de detalles, que antes me parecían pueriles, cuando no ridículos, ahora los puedo gozar a plenitud. Lo que siguió se me hace difícil de describir: ¡fuimos a una disco a bailar! Exagero, me dejé llevar por la emoción y traté de moverme arrítmicamente, impulsado por su risa. Después tuvimos relaciones sexuales. Por lo menos en ese renglón no hubo novedades. Un incidente casi lo echa todo a perder: a punto de eyacular vi su rostro sudoroso y escuché susurros y pequeños gritos, que no eran en realidad para mí. Finalmente, mi deseo se sobrepuso a mi turbación, así que el hecho se consumó más o menos como esperaba. Al terminar, acaso la impresión desagradable de sentirme atrapado en el cuerpo de otro hombre, acaso el malestar que padezco, me obligó a correr al baño para vomitar. Ni siquiera pude interponer el pretexto de haber tomado algunas copas. Mencioné mi ligera afección estomacal y nos despedimos, luego de formular una nueva cita.
Pese a que cambié mi alimentación y tomé un antibiótico, seguí teniendo problemas con la diarrea; no he logrado controlarla y no sé a qué se deba, pero definitivamente no puedo echarle la culpa a un hotdog. Tal vez tendré que aplicarme un antibiótico más fuerte o de espectro más amplio.
Al llegar al laboratorio encontré que el gato me acompañaba en mi dolor: sus vómitos se esparcían por la habitación, inundándola con su olor vinagriento. Tomé un par de muestras que el cansancio y la debilidad de la diarrea me impidieron analizar.
Es indispensable que sepa qué ocurrió con el conejo.

Diario de Elisa, 22 de enero
Ha sido un día irreflexivo y muy lindo. Al verlo tan tímido, tan incapaz de tomar la iniciativa, lo he impulsado a hacerme el amor, luego de platicar de tonterías y bailar como locos.
Todo comenzó cuando se presentó con un traje pasado de moda y terriblemente arrugado. Me conmovió mucho su intento por vestirse bien, así como lo fallido de su esfuerzo. Debo reconocerlo: aún dentro de su extraño atuendo lucía muy bien.
Me sentí como si saliera no con una persona de mi edad, sino con un niño al que estuviera enseñándole todo. Aunque tal vez lo hace a propósito, porque bailó de una manera muy grotesca, como si tratara de hacerme reír o quisiera que lo enseñara a bailar. Como sea, fue muy divertido.
También para el amor resultó un ortodoxo. Me halaga que sea tan tierno, aunque podría soltarse un poco más, ser más imaginativo. Creo que realmente está enamorado de mí y eso lo hace un tanto torpe.
Sólo empañó la noche, casi perfecta, un malestar estomacal que lo hizo vomitar. Algo me explicó de un cambio de alimentación que no entendí muy bien.
Quedamos de vernos el lunes. No me hago muchas expectativas, no quiero ilusionarme sin fundamento. Quisiera dejarme llevar por lo que siento y por lo que creo que él siente por mí.

Bitácora de laboratorio, 2401.doc
¡Soy un imbécil! Lo eché a perder, me he comportado como una bestia. Tal vez se deba a este malestar que ahora me tiene tan mal, tan irritable; vomité un par de veces, tomé un poco de suero, pero no me ayudó mucho.
Por fin llegué a la cita. Al primer acercamiento noté cierto rechazo por mi olor que, debo admitirlo, es muy acentuado. Me puse loción y desodorante, pero es bastante más fuerte.
En un momento de distracción le pregunté por el conejo. ¡Imbécil! Me miró con horror. Creo que tuvo un atisbo de la verdad. Para salvar un poco la situación cambié bruscamente de tema hacia la cita, preguntándole si iríamos al mismo motel. Ella se mostró indispuesta y dio por concluida la reunión. Entonces traté de persuadirla y me dijo que no le gritara. ¿Gritarle?, no le estaba gritando, ¿o sí?
¡Vaya!, entonces me di cuenta de otro hecho, estoy perdiendo el oído. No sé, no puedo, no atino a saber qué pasa, este cuerpo se está deteriorando. ¿O será un daño previo al intercambio? Federico estaba medio sordo, seguramente por oír esa música espantosa. Además, necesito arreglar las cosas con Elisa. En fin, mañana trataré de congraciarme con ella.
Cuando regresé, descubrí que no podía contener todavía la diarrea, pero aún peor, pequeños gusanos blancos nadaban en el inodoro. Ésa es la causa de esta terrible diarrea, pero ¿cómo?, ¿qué tipo de parásitos? No sé mucho de parásitos. Me aplicaré un vermífugo antes de acostarme.
Eso es lo menos grave. Lo que más me preocupa es el perro: desde el mismo día que se arrinconó en su jaula permanece postrado, no se puede levantar, ni siquiera hace intentos por moverse. El gato se convulsiona espasmódicamente. Le coloqué un termómetro creyendo que tendría fiebre, pero para mi sorpresa tiene una temperatura muy inferior a la normal. Necesito mantenerlos en observación.
El checador de conexiones no encontró ningún desperfecto.

Diario de Elisa, 24 de enero
Nuestra salida fue un desastre y no puedo decir que yo tenido haya nada que ver. Pasando por alto su fuerte transpiración, Federico se comportó de una manera muy extraña, bueno, más extraña de lo que había sido hasta ahora. Divagaba, pasaba de un tema a otro sin hablar de nada específico, como un loco o un borracho. ¿Consumirá drogas? Realmente me asustó.
Pero lo más desconcertante fue que en un momento, sin que mediara motivo, me preguntó por el conejo del laboratorio. Sentí que algo frío recorría mi espalda. ¿Qué sabe él del conejo? La prensa no publicó nada y al personal del laboratorio se nos prohibió hablar del asunto.
No me impresionó tanto el que preguntara por el conejo, tengo que aclarar, sino la forma en que lo hizo. Se veía angustiado por la suerte del animal, estaba ansioso por saber lo que había pasado. Finalmente, incluso me gritó; me asusta. Sin embargo, ahora que lo veo tan confundido, creo que necesita más que nunca mi ayuda. Yo también estoy confundida. Debo dejar de verlo, pero quisiera saber qué pasa. Por el momento, creo que no saldré con él.

Bitácora de laboratorio, 2501.doc
Traté de hablar con ella, de justificar mi actitud, pero se ha puesto muy difícil. Dice que lo pensará. Estoy seguro de que lo volveremos a intentar, eso no es importante por ahora.
He analizado las muestras de vómito del gato y mis excrementos, y encontré -no puedo decir con sorpresa- que los supuestos gusanos que pululan en ambos no son otra cosa que los propios de la descomposición de la carne. Después levanté al perro de su postración y descubrí que también nadaba sobre un charco de gusanos, ¿qué rayos está pasando? Del perro ya no puedo hablar, el desplazamiento evidentemente fue un fracaso, está incapacitado para realizar el menor movimiento.
El juego, por lo que respecta al perro y al gato, ha terminado. El perro se encuentra en un punto de completa inmovilidad y ha perdido signos vitales, mientras que el gato sigue moviéndose desordenadamente, inclusive se araña de vez en cuando.
Por lo que a mí corresponde, la pérdida del oído continúa. Ya no puedo detener la infección estomacal, es muy severa, no puedo ni siquiera hablar de infección, es un proceso completo, degenerativo, una descomposición absoluta. ¿Qué rayos hice?, espero tener tiempo para averiguarlo.

Diario de Elisa, 25 de enero
Hoy me habló por teléfono. Parece que se ha sentido mal. Debe ser hipocondríaco, porque me dijo que además de la infección estomacal padece algún problema en el oído. Le di largas. En general, creo que me gustan los hombres insistentes, los que no se dan por vencidos. Bueno, no, porque a insistente nadie le ganaba al doctor Víctor. Digamos que si me fijo en un hombre me gusta que insista, que ningún esfuerzo se le haga mucho.
Debo medir mis fuerzas. Si estiro mucho la cuerda se romperá y habré perdido a Federico. Quiero estar convencida de su amor, sin que tenga que recurrir a la tortura.

Bitácora de laboratorio, 2801.doc
Fui a verla, le llevé unos chocolates. ¡Ah, maldita sea!, chocolates, no le gustan los chocolates, cómo se me pudo haber olvidado, otra vez lo hice. Todo va de mal en peor, creo que ya no me importa mucho, traté de decirle algunas cosas, me disculpé por el asunto de los chocolates, la veo con angustia como algo que pierdo, como la vista, el oído, todo lo que hoy se aleja de mí, rápido, no, no me gusta decirlo no/
Pero qué rayos, ella tenía que saberlo, si siquiera pudiera ver dentro de mis ojos al que soy, al que vive en/
De qué hablo, ella no debería saberlo, pero de cualquier manera lo sabrá, ya no puedo callar más, le dije, mírame, aquí estoy, encerrado, soy yo, regresé, se me olvidó que no te gustan los chocolates, me he matado a mí mismo para que me quieras, ahora estoy medio ciego y medio sordo, no sé lo que pasó, no sé qué pasará más adelante. Más adelante/
Algo así como una luz, como una revelación, cruzó por mi cabeza rápidamente, creo que después de todo no es importante preservar ni este cuerpo, sino la información que guardo, no es que me dé por vencido, aunque supongo que no hay mucho qué hacer, no voy a poder sostener más tiempo esta situación.

Diario de Elisa, 28 de enero
El amor busca caminos muy retorcidos, Necesité escuchar a Federico gritando incoherencias para darme cuenta que lo amo. Fue necesario que se presentara en la oficina con una ridícula caja de chocolates para sentirme angustiada por su salud mental.
Lo vi tan turbado, tan nervioso, además de pálido y demacrado, que por un momento, sólo por un momento, me pasó por la mente la imagen del doctor con sus absurdos regalos y en ese instante me horrorizó, porque... bueno, porque creo que ese tipo de cosas deben horrorizar. Me impresionaron sus profundas ojeras, su piel azulada, su olor repulsivo, que atribuyó a una especie de tifoidea.
Lo tomé por el brazo y paseamos por los jardines. Estaba muy alterado. "Estoy aquí", me decía, pues claro mi amor, estás aquí y me alegro. "He vuelto", me alegro por los dos. "Estoy aquí adentro, porque te amo". No sé qué quiso decir, pero el amor desesperado que trasmitía su actitud acabó por conmoverme. Nunca nadie me había hecho sentir así. Pensé que mi rechazo de ayer lo había trastornado hasta llevarlo a ese grado de angustia.
"Mira mis ojos, ¿no te das cuenta?" Estaba cambiando, advertí, porque sus ojos habían perdido color, eran grisáceos, carecían de brillo.
Hay algo, igualmente, que no me agrada. Es una persona hipersensible o, en efecto, no está muy en sus cabales. El ligero desacuerdo que tuvimos no era para que se pusiera así. Elaboramos una nueva cita. Espero que más tranquilo me explique lo que pasa.

Bitácora de laboratorio, 0202.doc
Hoy amanecí con el cuerpo llagado, lleno de moretones, segregando gusanos. Es muy difícil explicar lo que uno siente cuando se está viendo morir, no, no cuando se está muriendo porque ya estoy muerto, todo está por derrumbarse, todo está por quebrarse, lo siento, lo veo, ¿qué tiempo más tardarán los vecinos en darse cuenta de esto? El olor ya no lo percibo, pero debe ser insoportable; las moscas revolotean dentro de este cuarto para molestia mía. Ni siquiera tengo fuerzas para levantar los cuerpos del perro y del gato que están severamente descompuestos, parece que es el fin/
Final/ finalmente creo que tengo una idea de lo que ocurrió, traspaso erróneo, trasladé mi mente a un cadáver, el hombre que habito está muerto, solamente mi información cerebral, los impulsos eléctricos que tercamente recorren este cuerpo, mantienen el movimiento de un organismo que está en completa descomposición. Mi cuerpo está incapacitado para llevar sangre, oxígeno a sus células, soy un cadáver ambulante, estoy muerto aunque me mueva, el perro y el gato están por concluir, ¿se concluirá realmente? Se siguen moviendo, bueno, se contraen ligeramente, están muertos los dos animales, ¿qué puedo hacer? ¿qué puedo pensar ahora? Solamente huir, huir a otro cuerpo, pero el proceso degenerativo apenas ha durado veinte o treinta días, necesito cambiar y cambiar la información de un cuerpo a otro mientras descubro de qué manera detener la descomposición de los cuerpos que voy tomando, me siento mal, diferente, casi no oigo y casi no veo, estoy muy deprimido, dentro de poco me va a pasar lo mismo, no voy a poder moverme, ¿qué puedo hacer?

Bitácora de laboratorio 0402.doc
Saldré a la calle. Buscaré en callejones un nuevo sujeto, maldita sea, apenas puedo caminar, pero luego de someterlo con una descarga de la picana eléctrica lo traeré a rastras a mi laboratorio.
(Más tarde) Fracaso. Mi idea de conseguir un nuevo sujeto falló. imposible el correcto traspaso del pensamiento:/ no quiero que se repita mi muerte, no quiero agonizar de nuevo, al ver que el experimento volvería a fracasar desonecté el caso de visión estereoscópica/
me acompaña ahora un ser vegetativo, producto de la prueba fallida. La remoción incompleta debe haber enviado parte de mi mente a su cerebro_el reporte indica que el proceso abortó cuando se había desplazado un veinte por ciento de la información/
no habla, no responde al menor estímulo, lo encadeno previniendo que pueda tener una reacción violenta, mirada vacía, no hay más remedio, estoy atrapado, me preparo para el fin.
Pienso en Elisa. ¡Elisa!

Diario de Elisa, 6 de febrero
Ahora fue él quien me dejó plantada. Parece que quiere jugar. Falta que yo se lo permita.
Había pasado una semana sin que supiera de Federico. Le hablé a su casa y le pedí una explicación. Su enfermedad se ha agravado. Necesito verte. "No, no puedes verme hasta que me alivie". Creo que me debes una explicación: las cosas no acaban así de repente." Pero no creo que quieras saber lo que ocurrió".
Le dije que tenía que explicarme lo que pasaba. Que no importaba qué tan terrible fuera el asunto, debía confiar en mí. Hablar sin miedo de lo que realmente siente. Que debe dejar de rehuirme. Me habló con una voz muy queda, como si tuviera gripe o laringitis, Por fin accedió a explicarme todo, pero dijo que no le creería o no me iba a gustar la explicación.
Como su estado de salud es delicado, acepté ir a su casa.

Bitácora de laboratorio, 0602.doc
Apenas pude colgar /este cuerpo desorganizado
ya no pude la mínima acción, ya no pude siquiera
la hazaña de caminar/ estoy sentado, frente a la computadora apenas distingo letras escribo tan bien como puedo, que no es much_o. Lis viene a pedir una explicación espero tener tiempo para /
(siguen algunos caracteres incoherentes)

Diario de Elisa, 7 de febrero
Después de hoy no volveré a dormir tranquila, después de hoy dudo que vuelva a ser la de antes. Ha sido un día espantoso. Llegué a su casa, toqué en vano. Ante el olor persistente a perro muerto que invadía la casa, un par de vecinos se acercaron alarmados.
Pensé lo peor, que habría muerto... No sé, mil cosas se hicieron nudo en mi cerebro. La policía, que se presentó poco después, abrió la puerta con golpes de hacha. Entonces descubrimos el cadáver nauseabundo, inclinado en la computadora.
Era Federico, sin duda, el hombre con el que hablé ayer y a quien el forense calculó al menos un mes de muerto. Junto a él estaba un sobre con mi nombre y un disco que ya no tuvo fuerzas para guardar en el mismo. Sin que nadie lo notara, lo puse en la bolsa de mi abrigo. Cuando lo giraron pude ver su rostro deforme. En un momento de indescriptible horror, me pareció que murmuraba mi nombre. Por fortuna, perdí el sentido.
Al volver en mí, habían retirado sus despojos y a un hombre encadenado, secuestrado por Federico. Era víctima de un severo shock. La palabra "testigo" no es adecuada, porque según los médicos padece un bloqueo mental, un estado que llaman catatónico. No habla, no entiende lo que se le dice.
Más tarde, en mi casa, leí el contenido del disco. Era para mí, su bitácora de laboratorio, en la que narra su historia, la historia del doctor Víctor Andrade y su experimento. Aún después de haber visto ese cadáver descompuesto y tembloroso, me cuesta trabajo creerlo. Este hombre, el doctor, asesinó a su cuerpo, dentro del cual estaba la mente de Federico. O mató a Federico mientras estaba encerrado en el cuerpo de él. ¡Es para volverse loca! Le pedí una explicación; efectivamente, quisiera no haber sabido la verdad.
Los periódicos han dado cuenta del asunto, a su manera. No me he atrevido a decir lo que sé. ¡Cómo saber si lo que está en este disquete es la verdad! Lo único cierto es lo que ese hombre, o ese cadáver, o ese hombre muerto que se movía, escribió poco antes de volver a morir. Cuando lo retiraron, en la pantalla de la computadora se podía leer: me estoy pudriendo por ti.

Para Leonardo, en el hospital

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