Arcoiris en la oscuridad


..Días y días sin comer, sólo fumando
para espantar el hambre, sí.
Es que quiero ser estrella
una famosa estrella de rock.


Parménides García Saldaña


TODO ERA LODO, TODO ERA ESA SENSACIÓN FRÍA, mierdera, asfixiante del lodo, todo era la oscuridad de ese cuarto, la oscuridad fría y húmeda del lodo. Un reloj dio las nueve de la noche y de lejos llegó un murmullo que había recorrido media ciudad. Sumido en la penumbra Charlie balbucía, en el dialecto de los moribundos, una vieja canción que sonaba en el reproductor.
El cuarto estaba lleno de presencias amenazantes, que desaparecían si volteaba la vista. Las paredes proyectaban figuras que se reflejaban en su rostro como tatuajes, imitando los dibujos que cubren la piel de los saurios y las serpientes.
Aunque la habitación entera parecía vibrar con la música, el hombre tendido en la cama apenas se movía, apenas se notaba en él algún signo de vida. La tos, acaso, hacía que se moviera de vez en cuando. Su vista estaba clavada en el techo y sobre su cabeza cruzaba una banda metálica de colores, que no era otra cosa que la música que salía del reproductor. Esta banda surgía de un pequeño disco que giraba al compás de la canción. "Nuestra generación lo ha olvidado -pensaba. ahora se buscan sensaciones, estados emocionales, no visiones. Ver la música es algo que hemos olvidado".
En vano se esforzó para que sus amigos olvidaran esas búsquedas, esos iris en los que se exalta el ego y el individuo llega a conocer fugazmente la genialidad. Él sólo buscaba el placer momentáneo de aquellas imágenes, que llenaban el techo de la habitación con rojos, anaranjados, verdes y amarillos, que colmaban el espacio y lo hacían viajar y hundirse en las paredes, como si fueran de arcilla.
Muchas veces había visto la música, facultad que la mayoría de sus compañeros habían perdido por su empeño en intentar volúmenes, figuras zoomorfas y no simples grecas, líneas y colores. Ahora veía, quizá por última vez, cómo las paredes corrían desesperadas, cómo giraban poseídas de una locura inexplicable, hasta formar la imagen del disco y sus bandas de colores, cortando literalmente el techo y mostrando una estructura desgarradora, conforme la música que salía del reproductor.

Purple haze was my brain
Lately thing don't seem the same
Actin' funny but I don't know why
'scuse me while I kiss the sky


Con un ojo perdido tras el párpado y el otro clavado en el techo del cuarto, por el que no habían dejado de pasar las imágenes desgarradoras de su iris, de su alucinación, a Charlie le era posible seguir las rápidas evoluciones de la banda, que viajaba ocupando el reducido espacio como una serpiente atrapada en un cajón, cubriendo su piel temblorosa, constatando su muerte, mientras él caminaba mentalmente por las calles que conociera en la onda; había comenzado a cansarse de todo, de andar de aquí para allá, buscando una tocada que apenas le dejaba algunos centavos que invariablemente iban a parar a las manos de algún vendedor de mota, un conecte suspicaz que adivinaba hasta el último de sus pensamientos, mientras le extendía con falsa complicidad las pastillitas moradas, las naranjitas, los purple haze, que eran las presentaciones habituales del LSD. Cincuenta o sesenta pesos; poca cosa a cambio de una noche de revelaciones, de viaje de ideas materializadas.
"Nuestra generación lo ha olvidado; a nadie le interesa ver la música." Casi no recordaba la mañana lluviosa que vio la música por primera vez. Llegó a su casa muy excitado, con el ácido en el bolsillo y el disco de Jimmy Hendrix bajo el brazo. Por un instante pensó que se volvería loco al ver aquellas líneas cruzando frente a sus ojos: se sintió caer en un profundo pozo y luego vio las paredes moverse y quebrarse una y otra vez. "Carajo", fue lo único que atinó a pensar.
Las primeras visiones eran simples, carecían en absoluto de volumen y le causaban una gran confusión; las segundas era producto del desvanecimiento de las primeras. Flotaba en el ambiente un tenue polvo de colores, que al tocarlo se desintegraba sin dejar huella. Era como si el color hubiera escapado de las cosas, pulverizado y corriendo agitado por un viento interno, acariciando su rostro. Las posteriores eran más complejas, porque aglomeraban dicho polvo para formar extraños poliedros de aspecto vegetal y otras figuras de precisión deslumbrante. Por último, tales cuerpos geométricos adoptaban la forma de los objetos que lo rodeaban, suplantando a la realidad o devolviéndole a la misma.

Purple haze all around
Don't know if I'm coming up or down
As I happy or in misery
Whatever it is that girl put a spell on me.


Bajo el influjo de la experiencia componía intrincadas melodías que, según él, explicaban la naturaleza de sus alucinaciones o hacía textos desmesurados, cuya musicalización requería de media hora, pero que glosaban una idea de tres palabras. La madrugada lo sorprendía despidiendo a las últimas viborillas, fosforescentes que salían por la ventana y comenzando su trabajo de relatar la experiencia, de registrar el mundo efímero de sus alucinaciones.
En los primeros días no usaban el cabello largo, pero ya conocía la geografía del mundo de los colores auditivos, de los sonidos visuales, de las arquitecturas ciclópeas pero quebradizas, los signos repetidos mil veces, hasta donde su vista podía llegar.
"Lo hemos olvidado; deberíamos ver la música". En eso pensaba mientras encendía un carrujo y le daba un sorbo a la botella de tequila; submarino le llamaban a eso. Jalar el humo, retenerlo, darle el trago a la botella, soltar el humo. Se sentía nacer de nuevo. Eso era fumar, sentir el paso seco del humo por su garganta: nacer de nuevo, olvidarlo todo, volver a la pasividad oscura del vientre materno.
"Carajo", pensó. Empezó por perder la mañana tratando de escapar de su casa; perdió el hambre el mediodía y el dinero por la tarde. Su padre había encontrado en el fondo del armario la mota, las bachas, los purple haze. "Dijiste que lo dejarías, Carlos. Contigo me siento fracasado, hijo". La droga, el veneno, el mal.
Carajo, por qué hablas así de lo algo que no conoces. No satanices la droga, dad. Si un instante, solamente un segundo, hubiera tenido acceso al mundo que él conocía, si pudiera despojarse de sus horrendas corbatas y de los infames trajecillos con los que acudía rutinariamente a su oficina, no hablaría así. Pero te faltan huevos para eso, dad.
En el cuarto abandonó los vestigios de su vida en esos años: las fotos de Hendrix, la guitarra eléctrica erizada de uñetas, los carteles de algunas de sus tocadas (explanada de esto y de aquello o cancha de basquetbol, 6:30, no faltes), el estante de los discos: Greateful Dead, Mars Bonfire, The Doors, Jefferson Airplane y toda la fauna sicodélica.
Apenas tuvo tiempo de sacar la grabadora y un poco de dinero; todavía aturdido, salió a la calle tratando de ubicarse, buscando un lugar donde seguir. Era lo de siempre, pelarse con su jefe, salir de la casa, volver cuando se le hubiese acabado el dinero.
Tocó a la puerta de un conecte que le cambió una bolsa de mota y un purple haze por algo de dinero y el reloj. Llegó a un hotel de mala muerte con el tequila en la mano, cruzó la puerta ruinosa y se tendió en la cama a alucinar. La tarde se había vuelto repentinamente lluviosa, pero él estaba a salvo. "Lo hemos olvidado", pensaba, mientras la música cruzaba majestuosamente la habitación, como un arcoiris en la oscuridad.

Purple haze was in my eyes
Dont't know if it's a day or night
You've got me slowing, blowin' my mind
Is it tomorrow or just the end of time?


Todo se había vuelto lodo, esa sensación de lodo, pero ahora duro, reseco. Recordaba su vida como algo lejano, como si no le hubiese ocurrido a él. El cassete se había detenido y sólo se escuchaba el chapoteo de la lluvia persistente sobre la calle lodosa; él se revolvía en la cama húmeda por el agua que escurría por la pared. Se sentía cansado y algo decepcionado también, porque al escupir sobre el piso había descubierto unas pequeñas gotas de sangre que flotaban en su saliva; entonces se le ocurrió que aquellas bandas de colores eran sólo sangre de algún vaso capilar, la dilatación de una diminuta vena del globo ocular. Tosiendo, sonrió con tristeza y miró la botella casi vacía: algunas gotas de sangre habían escurrido por sus paredes hasta diluirse en el fondo. "Carajo", fue lo único que atinó a pensar.

Mi cadáver



LE GUSTABA DESAYUNAR CON EL DIARIO. Era uno de sus escasos momentos de tranquilidad a lo largo del día. Le gustaba el olor de la mantequilla derretiéndose lentamente sobre el pan tostado. Le encantaba sentir sobre la nariz el vapor que salía de la taza de café y cómo el líquido tibio le mojaba los bigotes, que limpiaba rápidamente, antes que el difícil clima de septiembre lo enfriara y lo hiciera estornudar.
Era tanto el gusto por el diario en el desayuno que, con sólo un pequeño esfuerzo, podía imaginarse comiendo las hojas una por una, ya fuera untada de mantequilla la plana de sociales o remojada en el café la sección de deportes. No lo hacía porque el periódico era una barrera, una pequeña muralla con la cual se aislaba de su esposa. La podía imaginar al otro lado, la bata de dormir irremediablemente descosida, los cabellos en meticuloso desorden.
Adivinaba que en el momento que dejara el diario sobre la mesa, ella volvería a acosarlo con su insistencia, pide un aumento de sueldo, ya no nos alcanza para nada, dijiste hace un mes que hablarías con tu jefe.
Fingía leer el periódico, brincando de una foto a otra, retardando la perorata de su esposa, leyendo ocasionalmente los encabezados. Pero esta vez ella no esperó. Atravesando la débil barrera de papel, escuchó su voz avinagrada:
-¿Ya hablaste con tu jefe?
No depuso su actitud. Trató de guardar compostura. Para no demostrar su mortificación, habló mirando las hojas del diario.
-Ayer estuve a punto de hacerlo -ensayó con voz amable. Inclusive, hice antesala en su oficina. Pero hubo una junta urgente y ya no le fue posible atenderme.
Su imaginación, de suyo pobre, se desgastaba de excusa en excusa. ¿Cómo decirle que no podía plantear tal cosa a su jefe, que continuamente lo reprendía por su trabajo, que no desarrollaba a satisfacción? "X -le había dicho- no quiero tener más quejas de usted. Me dicen que es déspota, que trata a la clientela con grosería. Piénselo, no hay muchos empleos como éste."
Casi vio a su mujer, a través del diario, jalándose las solapas de la bata harapienta.
-¡Puros pretextos! ¡Tienes catorce años en la empresa y ganas casi lo mismo que cuando entraste! ¡No piensas en mí, ni en tus hijos, ni/
Cerró los oídos. La frase es metafórica, pero al cabo del tiempo había aprendido a hacerlo tan bien que casi podía sentir cómo se doblaban sus orejas para cubrir sus oídos. Trató de aislarse nuevamente en el periódico y eso lo hizo caer accidentalmente en la sección de policía.
Al ver la fatal noticia tuvo que colocar el diario sobre la mesa. Su rostro debe haber adquirido una expresión angustiosa, porque su esposa calló de repente, para preguntarle qué ocurría.
-Parece que encontraron mi cadáver.
Su esposa cambió de actitud. Casi comprensiva, lo tomó de la mano y le dijo:
-Debe ser un error. Pide permiso en tu trabajo y ve a la Morgue, para aclarar el asunto.
Llamó por teléfono. "Es más fácil pedir disculpas que pedir permiso", se dijo con cinismo autocomplaciente, sintiendo que por un momento era él quien trataba con desdén a su jefe, quien tomaba la batuta, aunque sólo a larga distancia, sin atreverse a dar la cara.
Curiosamente, el administrador del negocio no chistó. Siendo algo tan grave, ni siquiera ese capataz con corbata, ese microscópico patán, se había atrevido a chistar. "Atienda ese asunto, X. Pero si, como espero, todo es una falsa alarma, mucho le agradeceré que se presente inmediatamente a su puesto con toda diligencia".


LLOVIZNABA. PODÍA SENTIR SOBRE SU CABEZA NUBES NEGRAS, tal vez de smog, revolviendo las ideas opresivas que cruzaban por su mente. Caminó mirando el suelo, como si con eso pudiera evitar la lluvia.
Al llegar al depósito de cadáveres lo recibió una enfermera hosca, sentada tras un escritorio. Fingió ser amable. No hubiera podido tratar mal a una persona que como él tenía que lidiar con toda clase de desconocidos.
-Disculpe, me dijeron que habían encontrado mi cadáver.
-Camine hasta el fondo del pasillo. Pregunte por el forense, se llama Miguelito.
Era un largo pasillo, estrecho y sin puertas, el piso muy pulido, las paredes limpias, salvo ciertas manchas producto de la humedad. Entró a un cuarto que más que sala de operaciones parecía la cocina de una fonda.
Preguntó por el doctor Miguel. Se le hizo ridículo que un hombre acostumbrado a lidiar con cadáveres se llamara Miguelito. Del fondo del cuarto surgió la vocecilla del forense.
-¿Qué quiere?
-Me dijeron que habían encontrado mi cadáver.
-¿Cómo se enteró?
-Lo leí en el diario.
Le pareció molesto que el así llamado Miguelito no se dignara a mirarlo al preguntarle. Actuaba como si en efecto estuviera muerto y careciera de sentido dirigirse a él. Su inocultable tufo alcohólico le pareció una muestra de lo mal que andaban las cosas dentro de la administración pública. ¡Encargar a un ebrio asuntos tan delicados!
-La cosa sería muy simple -dijo el forense arrastrando la voz. Usted me acompaña al refrigerador, le muestro los cadáveres y me dice cuál es el suyo.
¡Vaya! Muy simple, decía este cuidamuertos. Pero tendría que repasar una pequeña galería de horrores para, tal vez, encontrarse con que ya estaba muerto. ¿Y qué hacer entonces? ¿Cómo decírselo a su esposa, a sus hijos? ¿Cómo explicarles que los dejara en una situación económica tan comprometida, sin ningún patrimonio, sin siquiera un seguro de vida? El que este tipo lo creyera tan fácil lo irritó sobremanera. Trató de mantener la calma. Finalmente, si en efecto estaba muerto, el que se molestara o no, sería intrascendente para el resultado.
-Siendo tan sencillo, por qué no lo hacemos y listo.
-Digo que sería muy simple. Sin embargo, hay algunos trámites previos que debe hacer.
Un burócrata. Sólo a un burócrata se le ocurriría hablar de trámites cuando estaba en juego su propia vida. Hizo un gran esfuerzo para no decir lo que pensaba de aquel sujeto.
-Primero, debe pedir una autorización para ver los cadáveres. Ésta se consigue en la jefatura del Servicio Forense y sólo ante el médico forense en jefe. Debe llevar una identificación oficial con fotografía reciente.
-Si eso es todo, no hay problema. Tengo la identificación y puedo hablar con el forense jefe. Si me indica dónde...
-Pero con el forense jefe podrían surgir nuevas contrariedades: estudios, peritajes. En cambio, si usted quiere que arreglemos esto de manera más rápida...
Corrupto. No sólo tendría que pasar el trago amargo de identificar su propio cadáver, sino que aparte tendría que darle una mordida a este sujeto. No, ni podía hacerlo ni lo haría.
-Hablaré con el jefe forense o como se llame y arreglaré las cosas por la buena. Y le haré a usted el favor de no mencionar nada del asunto.
La mirada de Miguelito se cargó de lástima rencorosa.
-Puede hablar con quien quiera. Y perder su tiempo y su dinero en trámites inútiles. Pero a final de cuentas, tendrá que venir aquí y sólo yo seré quien le abra la gaveta. Y si está muerto, tendré mucho gusto en despanzurrarlo y hacerle la autopsia.
Sonaba a broma, pero había un brillo malévolo en los ojos de Miguelito. Limpió sus lentes en el saco negro, pringoso de mugre y le mostró a X algo que casi lo hizo vomitar.
-La ley nos permite utilizar algunos cadáveres para prácticas y disecciones. Observe estas fotos.
¿Eran verdaderamente prácticas médicas? A los cadáveres se les había arrancado la piel a zarpazos, con cortes irregulares que no podían proceder de instrumental quirúrgico alguno. Ciertas partes de su anatomía, venas, arterias, vísceras, se resaltaban grotescamente con tinturas azules y rojas. Los cuerpos disecados parecían hacer muecas de dolor.
-Vaya pues, don X -amenazó Miguelito. Pero aquí estaré, listo para pintarle las venas con azul de metileno -y se rió de buena gana.
Miró al hombrecillo midiendo el valor de sus palabras. Algo en el fondo de X se removió y un súbito ataque de dignidad inflamó su pecho. No, era absurdo que su destino estuviera en manos de este tablajero y no se iba a intimidar por unas fotos que podían ser un mero fraude.


DANDO TUMBOS ENTRE PASILLOS Y ESCALERAS, llegó al fin a la oficina del jefe del servicio forense.
La puerta estaba entreabierta y esto lo invitó a pasar sin anunciarse. El así llamado forense en jefe estaba forcejeando sobre su escritorio con una mujer joven, cuyas largas piernas lo abrazaban por la cintura.
-¿Es usted el jefe del forense? -preguntó X con la voz más neutra y sin acentos que podía.
Sorprendido, el doctor se incorporó, mientras la mujer se acomodaba la falda y cerraba su blusa. Otro tanto hizo el forense en jefe, cerrándose apresuradamente la bata.
-¿Quién rayos es usted? ¿Por qué entra sin llamar?
-Vengo de tener un penoso encuentro con el forense Miguelito -dijo X, seguro de dominar la situación. Se ha negado a abrir la gaveta del frigorífico argumentando una serie de tonterías.
-Explíquese, por favor. ¿Por qué usted le pidió a Miguelito que abriera una gaveta y por qué supone que él debería de hacer lo que usted le ordenara?
-Bien. En el periódico leí que habían encontrado mi cadáver. Para cerciorarme he ido a la Morgue y...
-Ya. Comprendo perfectamente. Pero entonces ¿por qué ha venido acá?
-El forense Miguelito me dijo que usted debería de extenderme un permiso o de lo contrario, debería darle un soborno.
-¿Eso dijo? Vaya, pues sí que está raro. Nuestras autoridades han realizado una reforma para moralizar a la administración pública. La corrupción es cosa del pasado y el trabajo de los funcionarios es vigilado celosamente por la contraloría.
-¿La escena de hace rato es parte de esta moralización?
Dijo esto como tratando de asestar un golpe definitivo, aunque apenas lo hubo dicho se sintió un tanto ingenuo. Era obvio que el forense en jefe se estaba disculpando y decía todo eso de la moralización no porque lo creyera o porque tratara de convencer a X, sino como una mera defensa.
-Olvidemos el incidente -replicó el médico en son de paz. La señorita aquí presente redactará el permiso, yo lo firmaré y con ello todo quedará resuelto. ¿Qué le parece?
-Le agradezco su atención -respondió X en un tono voluntariamente solemne e hipócrita a la vez. Muy a su pesar comprendió que finalmente había dado un soborno, en forma de su silencio.
La secretaria, apenada, escribía con la cabeza gacha, tratando de taparse la cara con el cabello mientras redactaba el escrito. Luego lo pasó a su jefe, para que éste lo leyera y finalmente lo signara. En el momento que ella se puso de pie, pudo reconocerla. Era una vieja amiga, a la que lo había ligado un sentimiento muy especial.
-¡ Z ! ¡Tantos años sin vernos! ¿Qué ha sido de tu vida?
X sintió que algo tibio, como un trago de café, le recorría el pecho. Una gran amargura lo hostigó, tratando de adivinar cómo habría sido su vida si en vez de casarse con la que ahora era su esposa, lo hubiera hecho con Z. Acaso lo más triste para él fuera el verla en su actual situación, como amante de su jefe.
-A veces me acuerdo de ti -confesó, ignorando la presencia del forense en jefe. Pienso en lo que habría pasado si yo...
-Olvídalo. Somos el producto de nuestras decisiones y de nuestras indecisiones. Y no creas que soy menos infeliz que tú, en esa indigencia emocional que es tu vida de casado.
Le extrañó esa afirmación. ¿Sería posible que el tedio de su matrimonio fuera tan grande que cualquier persona lo pudiera notar en su rostro? Un sentimiento mezquino lo hizo sentirse mejor, al saber que ella tampoco era feliz.
-Somos a un tiempo, lo que quisimos y lo que no quisimos ser -confesó, a manera de disculpa. Yo acepté con resignación mi naturaleza cobarde, aunque no acabé de aceptar mi destino.
-¿Todavía me quieres? -inquirió ella.
La pregunta era antinatural y hasta impertinente y trasladó a X a un pasado que se había propuesto olvidar. Pero, igual que ahora las palabras se le enredaban en la garganta, en aquella época, en un pasado sin cronología, él tampoco había enfrentado una situación que hoy se le hacía infantil y que entonces le había parecido insalvable.
-Hay un momento en que todo puede ocurrir -dijo él con tristeza- en que las cosas pueden alcanzarse con sólo estirar la mano. La madurez consiste en aceptar que ese tiempo ha pasado y admitir las cosas, por terribles que parezcan. Ya ves, probablemente yo esté muerto sin saberlo.
-Si es así, resuelve tus problemas. Créeme, yo ya resolví los míos. -contestó Z.
Entonces ambos cayeron en la cuenta de dónde se encontraban y voltearon hacia el forense en jefe, que había estado ausente de toda esta plática.
-Aquí tiene la autorización, señor X -manifestó con amabilidad. Y le ruego que disculpe todos los inconvenientes.
-Por el contrario, fue un placer.


VOLVIÓ A LA MORGUE CON AIRE DE TRIUNFO. Tenía por fin el permiso para abrir el refrigerador. Pidió hablar con Miguelito, dándole un aire familiar a su voz, como si se tratara de un viejo amigo al que fuera a saludar.
-Mi estimado galeno, tengo la autorización del jefe de los forenses. Y ahora, quiéralo o no, tendrá que abrir ese compartimento.
-Bien. Llene esta forma y acompáñeme al refrigerador. Y por cierto, no soy doctor.
Después de anotar sus generales, X caminó hasta un cuarto contiguo. Ahí estaban las gavetas del frigorífico, tal como las viera en una película.
-Éste siempre es un momento difícil -dijo Miguelito con molestia mal disimulada. Hay personas que no lo resisten y se desmayan. Los más, sufren ataques nerviosos. ¿Cree usted que lo puede resistir?
"Mata más la duda que el desengaño", pensó. No sólo lo podría resistir, sino que deseaba hacerlo. Quería saber de una vez por todas la verdad, por triste que fuera.
-Claro -dijo adoptando un aire de seguridad- acabemos con esto de una vez.
Esperó lo peor. Oyó con pánico el chirriar del cajón. Sin embargo, un minuto después suspiró con alivio.
-No, no soy yo.
-¿Está seguro?
Fijó su atención en el cadáver que se le mostraba. Un hombre de treintaitantos años, sin rasgos notables, acaso parecido a él mismo. Hinchado, de piel ligeramente verdosa, su rostro tenía una expresión de absoluto cansancio, de fastidio total. "Parece que ni muerto puede uno descansar", pensó X.
-No, es claro que no soy yo. ¿De dónde sacaron esa idea?
-Quizá traía documentos a su nombre, quizá una identificación. Creo que eso no tiene importancia.
Cerró la gaveta de un empujón. Luego se volvió hacia X, despidiéndose con una nueva amenaza.
-Por hoy, puede estar tranquilo. Pero piénselo: más tarde o más temprano tendrá que pasar por mis manos. Siempre lo estaré esperando.
Ni siquiera se volvió para responderle. ¿Qué se creía este tipejo, que viviría eternamente, que sería una especie de aduana inevitable? Tantas cosas podían pasar que acaso fuera el cadáver de Miguelito el que cayera en manos de X.


TODAVÍA ESTABA A TIEMPO DE VER UNA VIEJA PELÍCULA en la televisión y tomar una taza de café.
-Ya llegué, vieja. Y ¿qué crees? todo fue una error. Ése no era mi cadáver.
El rostro de ella cambió, pasando de la curiosidad o la aflicción, a la decepción y la molestia.
-¿Y eso qué quiere decir? -dijo recuperando su voz avinagrada, jalando las solapas de su bata descosida. ¿Que mañana hablarás con tu jefe del aumento de sueldo? Porque yo ya no tengo ropa ni tus hijos tienen/
Levantó el diario lentamente y cerró los oídos. Ansioso, se dirigió a la sección de policía. "¡Estúpido!", pensó "¿por qué no dije que sí era mi cadáver?"

Nacer de nuevo


De la muerte, no.
Sálvenme de la vida
Sálvenme de mis ojos
Ya invadidos de gusanos
De la herrumbre de mis huesos
Y del alma

José Revueltas

Bitácora de laboratorio, 1201.DOC
Soñé con mi antiguo cuerpo. Es sorprendente la fidelidad que puede uno guardarle a su envoltura corporal. En mi sueño llegaba desnudo a un baño público, sintiendo las miradas inquisitivas de hombres y mujeres (el baño era mixto). Un poco apenado, iba hacia un rincón y ocupaba una regadera de forma caprichosa, acaso antigua. Al enjabonarme, la piel se me caía a pedazos; debajo de la epidermis quebradiza surgían unos músculos fibrosos, lisos, una piel rojiza que me llenaba de horror.
No recuerdo más: desperté con la boca seca y me dirigí al baño para echarme un poco de agua. Entonces el espejo me devolvió una imagen nueva para mí, la de un joven completamente diferente al hombre que fui hasta hace poco.
Incluso las cosas más simples me parecen maravillosas, como orinar, por ejemplo. Toco un miembro que no es el mío con estas manos húmedas, con esta piel sin arrugas.
Me acerco a la ventana y veo a la distancia la ciudad y su gente, pequeña, limitada. Sólo así me doy cuenta de lo lejos que he llegado. Aún este cuerpo, tan superior al que tuve, no es sino una pequeña concha, una envoltura que más tarde o más temprano tendré que abandonar, para tomar otra y otra y otra.
Abro el periódico y leo sin sorpresa la noticia de mi muerte, el "brutal asesinato del doctor Víctor Andrade Letelier" a manos de un ladrón, que lo apuñala bárbaramente en la calle. Sonrío con un poco de nostalgia. Después de todo era mi cuerpo, aunque no me entristece. Mi estado actual me libera de cualquier remordimiento, de cualquier deseo o angustia por el cuerpo achacoso que me contenía.
Por cierto, me repugnan las esquelas que han publicado esos estúpidos a los que siempre desprecié, lamentando "la profunda pérdida que ha sufrido la comunidad científica", una estúpida comunidad científica, incapaz de imaginar siquiera lo que estaba haciendo. Río para celebrar mi triunfo y desde sus jaulas, como acompañándome en mi risa, escucho maullar al perro y ladrar al gato.


Diario de Elisa, 12 de enero
Todos nos horrorizamos hoy en el laboratorio. Los periódicos estaban salpicados de noticias sobre la muerte del doctor Víctor; fue tan terrible. Cierto que no me caía muy bien, pero no dejaba de ser humano.
A veces era casi simpático; un par de ocasiones me invitó a salir. ¡Qué ocurrencia!, un hombre que podría ser mi padre. Bueno, no importa, el hecho es que hoy que ha muerto me siento mal, creo que debí ceder un poquito; no acceder a lo que él quería, me refiero, sino a haberlo conocido un poco mejor. Era tan maniático, tan loco. Me llenaba de regalos tontos, de flores a las que soy alérgica, ¡de chocolates, que tanto me engordan!
Recuerdo que una vez lo dejé esperando a la salida del laboratorio, el hombre se paseó y se paseó frente a la puerta, pese a que llovía a cántaros. No sé cuánto tiempo estuvo ahí, la verdad es que me quedé dormida y cuando desperté ya no había nadie. Al otro día regresó, me regaló un enorme muñeco de peluche que tenía escrito en la panza (con su letra): Me estoy pudriendo por ti. Qué tipo tan grotesco. Bueno, estoy hablando por un par de experiencias, por cosas sin importancia que me ocurrieron con él.
Debe haber sido terrible para su secretaria anterior: soportó su asedio durante casi seis meses y finalmente renunció. Cuando me entregó las cosas del laboratorio me dijo: "ten cuidado con el viejo, es así y de esa forma". Pero yo sé torear a ese tipo de viejos, le dije. Acepté el puesto con muchas reservas y me fui acostumbrando a su manera de ser. Lo esquivaba como a una mosca molesta, pero inofensiva, pobre doctor.
Sí, de cierto no sé en qué trabajaba, qué hacía realmente, qué podía justificar esos animales muertos. En una ocasión lo sorprendí jugando al Nintendo y en vez de contrariarse me dijo que era parte del trabajo. Es mejor no pensar en él. Según he oído, no han encontrado sus notas de trabajo y parte del instrumental está extraviado. ¿Por qué?, ¿lo robarían? ¿Se lo llevaría a su casa? No lo creo.

Bitácora de laboratorio, 1501.doc
Son innumerables las cosas que tiene uno que aprender para subsistir: ahora he estado a punto de comer detergente. Es intolerable, este muchacho (Federico, nombre al que ahora debo acostumbrarme) tenía todas sus cosas en desorden. Y esa clase de alimentos insípidos: granola, germen de trigo, comida dietética. En un frasco encontré algo que a ciencia cierta no sé qué es, pero que tiene el aspecto exacto del alimento que le daba a mi perro, ¿cómo se puede vivir así? Y su vestimenta, inadmisible. Las playeras y los jeans tal vez sean cómodos, pero su ropa de calle era de pésimo gusto. Como dato curioso, hallé en un rincón del closet, bajo un cubrepolvo de plástico, un espantoso traje de poliéster.
Después estuve observando a los animales: el perro, o más bien la mente del perro en el cuerpo del gato, es la más desconcertada, su agilidad, su fuerza lo sorprenden. No acostumbrado a las proezas felinas, genera movimientos desarticulados, parece pelear consigo mismo. El gato, por su parte, trata de brincar sin lograrlo; su cuerpo actual debe ser inmenso en comparación al que estaba acostumbrado a dirigir. Luego de cansarse se quedó tirado y no se ha vuelto a levantar.
¿A quién le llamo gato?, el gato ahora es el perro y el perro ahora es el gato. Digamos que el cuerpo del gato ahora se mueve de manera desordenada, mientras que el cuerpo del perro yace tirado en un rincón de esta recámara que he habilitado como laboratorio.

Diario de Elisa, 16 de enero
Siguen buscando las cosas del doctor, no aparecen por ningún lado, pero se descubrió algo horrible: en una jaula, en la que sin duda estuvo un conejo, encontraron los restos del animal en avanzado estado de descomposición. Lo terrible, lo monstruoso, es que al parecer el cuerpo putrefacto de este conejo palpitaba, es decir, se movía convulsamente por sí mismo. Según sé, se ha formado una comisión para investigar el asunto.
Descubrir esto y saber que parte del instrumental del laboratorio ya no existe, nos ha sorprendido. ¿A qué se dedicaba el doctor?, ¿qué estaba haciendo? Es un misterio, sobre todo por la lista tan diversa de cosas que han encontrado: cartuchos, cascos y guantes para juegos de video ("de realidad virtual", solía decir), bandejas de cirugía con pinzas y bisturíes, reactivos, generadores eléctricos y hasta un aparato portátil de electroshocks, llamado picana. ¿Qué tenía que ver todo eso con la neurofisiología?
Un neurofisiólogo, un hombre que estaba trabajando en problemas del cerebro, ¿por qué tenía un conejo semivivo y descompuesto en su laboratorio? Es algo que nadie puede explicar.

Bitácora de laboratorio 1901.doc
Hoy vi a Elisa. Es increíble lo que puede hacer el aspecto físico. El encuentro me proporcionó una sensación inédita para mí: se sintió halagada por mi presencia. Escogí muy bien este cuerpo, no cabe duda, además de otros hechos cómodos, como no tener familiares cercanos.
Elisa me permitió, inclusive, que la acompañara por un trecho bastante largo, el mismo por el que tantas veces me eludió. No sé si deba sentirme bien o mal, es tan lamentable; por un momento me dieron ganas de preguntarle si no se daba cuenta de que era yo, bajo otro aspecto, pero básicamente el mismo. Qué decepcionante.
Quedamos de vernos el próximo sábado. ¿A dónde la llevaré? No conozco ningún lugar, es como si hubiera acabado de nacer. A una disco, ni siquiera me gusta esa música; en fin, lo pensaré y estoy seguro de que hallaré el lugar perfecto.
En la calle me comí un hotdog; es un viejo vicio que tengo desde que trabajaba en el laboratorio. Hoy no pude resistir la tentación, y en recuerdo de aquella vida me comí la salchicha, pero inmediatamente me sobrevino una diarrea. Este cuerpo, a pesar de lo fuerte que pueda parecer, es muy delicado y debo alimentarlo con germen de trigo y Coca¬Cola dietética.
Necesito volver al laboratorio para revisar al conejo, aunque probablemente a estas horas lo hayan transferido o destinado a otro experimento. Después de todo a nadie puede llamarle la atención un simple conejo, porque sólo yo sé que no es un simple conejo.
También sería bueno checar las conexiones del casco con que construí el espacio cibernético (ciberespacio) donde se llevó a cabo el traslado. Temo que haya errores que ahora impidan al perro coordinar sus movimientos. Laborioso, este trabajo implica correr un programa que revisa los millones de conexiones físicas entre el cerebro y la máquina. El test completo se realiza en dos días.
En estas condiciones preferiría posponer la cita con Elisa, pero tratándose de la primera, asistiré, con todo y este malestar.

Diario de Elisa, 19 de enero
Por fin dejaron de molestar los policías que iban a ver qué podíamos decirles o qué sabíamos acerca de los posibles enemigos del doctor. Las sospechas corren en el sentido de que para asaltarlo no era necesario emplear tanta saña. No sólo eso, sino que una de las puñaladas le atravesó el corazón; fue un asesinato, pero realizado con minuciosidad quirúrgica. Esperemos que sea lo último que se escuche del infortunado doctor.
Lo que sí me gustaría anotar es la presencia de un muchacho muy simpático, llamado Federico, que me abordó a la salida del laboratorio; por un momento inclusive me pareció que estaba esperándome.
Mostró un interés que no imaginaba a simple vista, y me cayó muy bien. Creo que fue algo así como un flechazo, es muy agradable y un poco loco. Hay un detalle que me ha encantado: por una parte, es muy directo al referirse al impacto que le he causado y no se cansa de decirme que le atraigo. Pero también me parece que no es el tipo de persona que le habla a la primera muchacha que se encuentra.
Incluso me dio la impresión de ser muy tímido, porque su intención, desde el primer momento, era invitarme a salir. Dudó mucho, le dio vueltas al asunto y casi cuando nos despedíamos se atrevió a pedirme una cita. ¡Y tan ceremonioso que parecía estarme proponiendo matrimonio!
A decir de su figura, debe hacer mucho ejercicio. Cerca de él se siente una atmósfera de gran actividad, de gran fuerza física, aunque con el hecho incómodo de su transpiración excesiva. Pecatta minuta.

Bitácora de laboratorio, 2201.doc
Asistí a la cita con el traje de poliéster. Creí que era lo más lógico. Mientras la esperaba me di cuenta de que me quedaba muy ajustado, no podía cerrarlo. Debí haberlo pensado: si estaba bajo el cubrepolvo, era un traje viejo.
Como sea, ella se presentó un poco tarde y con el cabello húmedo. No dije nada, porque advertí que deseaba hacerme esperar y a la vez tener algún pretexto fácilmente comprobable para justificarse.
Este tipo de detalles, que antes me parecían pueriles, cuando no ridículos, ahora los puedo gozar a plenitud. Lo que siguió se me hace difícil de describir: ¡fuimos a una disco a bailar! Exagero, me dejé llevar por la emoción y traté de moverme arrítmicamente, impulsado por su risa. Después tuvimos relaciones sexuales. Por lo menos en ese renglón no hubo novedades. Un incidente casi lo echa todo a perder: a punto de eyacular vi su rostro sudoroso y escuché susurros y pequeños gritos, que no eran en realidad para mí. Finalmente, mi deseo se sobrepuso a mi turbación, así que el hecho se consumó más o menos como esperaba. Al terminar, acaso la impresión desagradable de sentirme atrapado en el cuerpo de otro hombre, acaso el malestar que padezco, me obligó a correr al baño para vomitar. Ni siquiera pude interponer el pretexto de haber tomado algunas copas. Mencioné mi ligera afección estomacal y nos despedimos, luego de formular una nueva cita.
Pese a que cambié mi alimentación y tomé un antibiótico, seguí teniendo problemas con la diarrea; no he logrado controlarla y no sé a qué se deba, pero definitivamente no puedo echarle la culpa a un hotdog. Tal vez tendré que aplicarme un antibiótico más fuerte o de espectro más amplio.
Al llegar al laboratorio encontré que el gato me acompañaba en mi dolor: sus vómitos se esparcían por la habitación, inundándola con su olor vinagriento. Tomé un par de muestras que el cansancio y la debilidad de la diarrea me impidieron analizar.
Es indispensable que sepa qué ocurrió con el conejo.

Diario de Elisa, 22 de enero
Ha sido un día irreflexivo y muy lindo. Al verlo tan tímido, tan incapaz de tomar la iniciativa, lo he impulsado a hacerme el amor, luego de platicar de tonterías y bailar como locos.
Todo comenzó cuando se presentó con un traje pasado de moda y terriblemente arrugado. Me conmovió mucho su intento por vestirse bien, así como lo fallido de su esfuerzo. Debo reconocerlo: aún dentro de su extraño atuendo lucía muy bien.
Me sentí como si saliera no con una persona de mi edad, sino con un niño al que estuviera enseñándole todo. Aunque tal vez lo hace a propósito, porque bailó de una manera muy grotesca, como si tratara de hacerme reír o quisiera que lo enseñara a bailar. Como sea, fue muy divertido.
También para el amor resultó un ortodoxo. Me halaga que sea tan tierno, aunque podría soltarse un poco más, ser más imaginativo. Creo que realmente está enamorado de mí y eso lo hace un tanto torpe.
Sólo empañó la noche, casi perfecta, un malestar estomacal que lo hizo vomitar. Algo me explicó de un cambio de alimentación que no entendí muy bien.
Quedamos de vernos el lunes. No me hago muchas expectativas, no quiero ilusionarme sin fundamento. Quisiera dejarme llevar por lo que siento y por lo que creo que él siente por mí.

Bitácora de laboratorio, 2401.doc
¡Soy un imbécil! Lo eché a perder, me he comportado como una bestia. Tal vez se deba a este malestar que ahora me tiene tan mal, tan irritable; vomité un par de veces, tomé un poco de suero, pero no me ayudó mucho.
Por fin llegué a la cita. Al primer acercamiento noté cierto rechazo por mi olor que, debo admitirlo, es muy acentuado. Me puse loción y desodorante, pero es bastante más fuerte.
En un momento de distracción le pregunté por el conejo. ¡Imbécil! Me miró con horror. Creo que tuvo un atisbo de la verdad. Para salvar un poco la situación cambié bruscamente de tema hacia la cita, preguntándole si iríamos al mismo motel. Ella se mostró indispuesta y dio por concluida la reunión. Entonces traté de persuadirla y me dijo que no le gritara. ¿Gritarle?, no le estaba gritando, ¿o sí?
¡Vaya!, entonces me di cuenta de otro hecho, estoy perdiendo el oído. No sé, no puedo, no atino a saber qué pasa, este cuerpo se está deteriorando. ¿O será un daño previo al intercambio? Federico estaba medio sordo, seguramente por oír esa música espantosa. Además, necesito arreglar las cosas con Elisa. En fin, mañana trataré de congraciarme con ella.
Cuando regresé, descubrí que no podía contener todavía la diarrea, pero aún peor, pequeños gusanos blancos nadaban en el inodoro. Ésa es la causa de esta terrible diarrea, pero ¿cómo?, ¿qué tipo de parásitos? No sé mucho de parásitos. Me aplicaré un vermífugo antes de acostarme.
Eso es lo menos grave. Lo que más me preocupa es el perro: desde el mismo día que se arrinconó en su jaula permanece postrado, no se puede levantar, ni siquiera hace intentos por moverse. El gato se convulsiona espasmódicamente. Le coloqué un termómetro creyendo que tendría fiebre, pero para mi sorpresa tiene una temperatura muy inferior a la normal. Necesito mantenerlos en observación.
El checador de conexiones no encontró ningún desperfecto.

Diario de Elisa, 24 de enero
Nuestra salida fue un desastre y no puedo decir que yo tenido haya nada que ver. Pasando por alto su fuerte transpiración, Federico se comportó de una manera muy extraña, bueno, más extraña de lo que había sido hasta ahora. Divagaba, pasaba de un tema a otro sin hablar de nada específico, como un loco o un borracho. ¿Consumirá drogas? Realmente me asustó.
Pero lo más desconcertante fue que en un momento, sin que mediara motivo, me preguntó por el conejo del laboratorio. Sentí que algo frío recorría mi espalda. ¿Qué sabe él del conejo? La prensa no publicó nada y al personal del laboratorio se nos prohibió hablar del asunto.
No me impresionó tanto el que preguntara por el conejo, tengo que aclarar, sino la forma en que lo hizo. Se veía angustiado por la suerte del animal, estaba ansioso por saber lo que había pasado. Finalmente, incluso me gritó; me asusta. Sin embargo, ahora que lo veo tan confundido, creo que necesita más que nunca mi ayuda. Yo también estoy confundida. Debo dejar de verlo, pero quisiera saber qué pasa. Por el momento, creo que no saldré con él.

Bitácora de laboratorio, 2501.doc
Traté de hablar con ella, de justificar mi actitud, pero se ha puesto muy difícil. Dice que lo pensará. Estoy seguro de que lo volveremos a intentar, eso no es importante por ahora.
He analizado las muestras de vómito del gato y mis excrementos, y encontré -no puedo decir con sorpresa- que los supuestos gusanos que pululan en ambos no son otra cosa que los propios de la descomposición de la carne. Después levanté al perro de su postración y descubrí que también nadaba sobre un charco de gusanos, ¿qué rayos está pasando? Del perro ya no puedo hablar, el desplazamiento evidentemente fue un fracaso, está incapacitado para realizar el menor movimiento.
El juego, por lo que respecta al perro y al gato, ha terminado. El perro se encuentra en un punto de completa inmovilidad y ha perdido signos vitales, mientras que el gato sigue moviéndose desordenadamente, inclusive se araña de vez en cuando.
Por lo que a mí corresponde, la pérdida del oído continúa. Ya no puedo detener la infección estomacal, es muy severa, no puedo ni siquiera hablar de infección, es un proceso completo, degenerativo, una descomposición absoluta. ¿Qué rayos hice?, espero tener tiempo para averiguarlo.

Diario de Elisa, 25 de enero
Hoy me habló por teléfono. Parece que se ha sentido mal. Debe ser hipocondríaco, porque me dijo que además de la infección estomacal padece algún problema en el oído. Le di largas. En general, creo que me gustan los hombres insistentes, los que no se dan por vencidos. Bueno, no, porque a insistente nadie le ganaba al doctor Víctor. Digamos que si me fijo en un hombre me gusta que insista, que ningún esfuerzo se le haga mucho.
Debo medir mis fuerzas. Si estiro mucho la cuerda se romperá y habré perdido a Federico. Quiero estar convencida de su amor, sin que tenga que recurrir a la tortura.

Bitácora de laboratorio, 2801.doc
Fui a verla, le llevé unos chocolates. ¡Ah, maldita sea!, chocolates, no le gustan los chocolates, cómo se me pudo haber olvidado, otra vez lo hice. Todo va de mal en peor, creo que ya no me importa mucho, traté de decirle algunas cosas, me disculpé por el asunto de los chocolates, la veo con angustia como algo que pierdo, como la vista, el oído, todo lo que hoy se aleja de mí, rápido, no, no me gusta decirlo no/
Pero qué rayos, ella tenía que saberlo, si siquiera pudiera ver dentro de mis ojos al que soy, al que vive en/
De qué hablo, ella no debería saberlo, pero de cualquier manera lo sabrá, ya no puedo callar más, le dije, mírame, aquí estoy, encerrado, soy yo, regresé, se me olvidó que no te gustan los chocolates, me he matado a mí mismo para que me quieras, ahora estoy medio ciego y medio sordo, no sé lo que pasó, no sé qué pasará más adelante. Más adelante/
Algo así como una luz, como una revelación, cruzó por mi cabeza rápidamente, creo que después de todo no es importante preservar ni este cuerpo, sino la información que guardo, no es que me dé por vencido, aunque supongo que no hay mucho qué hacer, no voy a poder sostener más tiempo esta situación.

Diario de Elisa, 28 de enero
El amor busca caminos muy retorcidos, Necesité escuchar a Federico gritando incoherencias para darme cuenta que lo amo. Fue necesario que se presentara en la oficina con una ridícula caja de chocolates para sentirme angustiada por su salud mental.
Lo vi tan turbado, tan nervioso, además de pálido y demacrado, que por un momento, sólo por un momento, me pasó por la mente la imagen del doctor con sus absurdos regalos y en ese instante me horrorizó, porque... bueno, porque creo que ese tipo de cosas deben horrorizar. Me impresionaron sus profundas ojeras, su piel azulada, su olor repulsivo, que atribuyó a una especie de tifoidea.
Lo tomé por el brazo y paseamos por los jardines. Estaba muy alterado. "Estoy aquí", me decía, pues claro mi amor, estás aquí y me alegro. "He vuelto", me alegro por los dos. "Estoy aquí adentro, porque te amo". No sé qué quiso decir, pero el amor desesperado que trasmitía su actitud acabó por conmoverme. Nunca nadie me había hecho sentir así. Pensé que mi rechazo de ayer lo había trastornado hasta llevarlo a ese grado de angustia.
"Mira mis ojos, ¿no te das cuenta?" Estaba cambiando, advertí, porque sus ojos habían perdido color, eran grisáceos, carecían de brillo.
Hay algo, igualmente, que no me agrada. Es una persona hipersensible o, en efecto, no está muy en sus cabales. El ligero desacuerdo que tuvimos no era para que se pusiera así. Elaboramos una nueva cita. Espero que más tranquilo me explique lo que pasa.

Bitácora de laboratorio, 0202.doc
Hoy amanecí con el cuerpo llagado, lleno de moretones, segregando gusanos. Es muy difícil explicar lo que uno siente cuando se está viendo morir, no, no cuando se está muriendo porque ya estoy muerto, todo está por derrumbarse, todo está por quebrarse, lo siento, lo veo, ¿qué tiempo más tardarán los vecinos en darse cuenta de esto? El olor ya no lo percibo, pero debe ser insoportable; las moscas revolotean dentro de este cuarto para molestia mía. Ni siquiera tengo fuerzas para levantar los cuerpos del perro y del gato que están severamente descompuestos, parece que es el fin/
Final/ finalmente creo que tengo una idea de lo que ocurrió, traspaso erróneo, trasladé mi mente a un cadáver, el hombre que habito está muerto, solamente mi información cerebral, los impulsos eléctricos que tercamente recorren este cuerpo, mantienen el movimiento de un organismo que está en completa descomposición. Mi cuerpo está incapacitado para llevar sangre, oxígeno a sus células, soy un cadáver ambulante, estoy muerto aunque me mueva, el perro y el gato están por concluir, ¿se concluirá realmente? Se siguen moviendo, bueno, se contraen ligeramente, están muertos los dos animales, ¿qué puedo hacer? ¿qué puedo pensar ahora? Solamente huir, huir a otro cuerpo, pero el proceso degenerativo apenas ha durado veinte o treinta días, necesito cambiar y cambiar la información de un cuerpo a otro mientras descubro de qué manera detener la descomposición de los cuerpos que voy tomando, me siento mal, diferente, casi no oigo y casi no veo, estoy muy deprimido, dentro de poco me va a pasar lo mismo, no voy a poder moverme, ¿qué puedo hacer?

Bitácora de laboratorio 0402.doc
Saldré a la calle. Buscaré en callejones un nuevo sujeto, maldita sea, apenas puedo caminar, pero luego de someterlo con una descarga de la picana eléctrica lo traeré a rastras a mi laboratorio.
(Más tarde) Fracaso. Mi idea de conseguir un nuevo sujeto falló. imposible el correcto traspaso del pensamiento:/ no quiero que se repita mi muerte, no quiero agonizar de nuevo, al ver que el experimento volvería a fracasar desonecté el caso de visión estereoscópica/
me acompaña ahora un ser vegetativo, producto de la prueba fallida. La remoción incompleta debe haber enviado parte de mi mente a su cerebro_el reporte indica que el proceso abortó cuando se había desplazado un veinte por ciento de la información/
no habla, no responde al menor estímulo, lo encadeno previniendo que pueda tener una reacción violenta, mirada vacía, no hay más remedio, estoy atrapado, me preparo para el fin.
Pienso en Elisa. ¡Elisa!

Diario de Elisa, 6 de febrero
Ahora fue él quien me dejó plantada. Parece que quiere jugar. Falta que yo se lo permita.
Había pasado una semana sin que supiera de Federico. Le hablé a su casa y le pedí una explicación. Su enfermedad se ha agravado. Necesito verte. "No, no puedes verme hasta que me alivie". Creo que me debes una explicación: las cosas no acaban así de repente." Pero no creo que quieras saber lo que ocurrió".
Le dije que tenía que explicarme lo que pasaba. Que no importaba qué tan terrible fuera el asunto, debía confiar en mí. Hablar sin miedo de lo que realmente siente. Que debe dejar de rehuirme. Me habló con una voz muy queda, como si tuviera gripe o laringitis, Por fin accedió a explicarme todo, pero dijo que no le creería o no me iba a gustar la explicación.
Como su estado de salud es delicado, acepté ir a su casa.

Bitácora de laboratorio, 0602.doc
Apenas pude colgar /este cuerpo desorganizado
ya no pude la mínima acción, ya no pude siquiera
la hazaña de caminar/ estoy sentado, frente a la computadora apenas distingo letras escribo tan bien como puedo, que no es much_o. Lis viene a pedir una explicación espero tener tiempo para /
(siguen algunos caracteres incoherentes)

Diario de Elisa, 7 de febrero
Después de hoy no volveré a dormir tranquila, después de hoy dudo que vuelva a ser la de antes. Ha sido un día espantoso. Llegué a su casa, toqué en vano. Ante el olor persistente a perro muerto que invadía la casa, un par de vecinos se acercaron alarmados.
Pensé lo peor, que habría muerto... No sé, mil cosas se hicieron nudo en mi cerebro. La policía, que se presentó poco después, abrió la puerta con golpes de hacha. Entonces descubrimos el cadáver nauseabundo, inclinado en la computadora.
Era Federico, sin duda, el hombre con el que hablé ayer y a quien el forense calculó al menos un mes de muerto. Junto a él estaba un sobre con mi nombre y un disco que ya no tuvo fuerzas para guardar en el mismo. Sin que nadie lo notara, lo puse en la bolsa de mi abrigo. Cuando lo giraron pude ver su rostro deforme. En un momento de indescriptible horror, me pareció que murmuraba mi nombre. Por fortuna, perdí el sentido.
Al volver en mí, habían retirado sus despojos y a un hombre encadenado, secuestrado por Federico. Era víctima de un severo shock. La palabra "testigo" no es adecuada, porque según los médicos padece un bloqueo mental, un estado que llaman catatónico. No habla, no entiende lo que se le dice.
Más tarde, en mi casa, leí el contenido del disco. Era para mí, su bitácora de laboratorio, en la que narra su historia, la historia del doctor Víctor Andrade y su experimento. Aún después de haber visto ese cadáver descompuesto y tembloroso, me cuesta trabajo creerlo. Este hombre, el doctor, asesinó a su cuerpo, dentro del cual estaba la mente de Federico. O mató a Federico mientras estaba encerrado en el cuerpo de él. ¡Es para volverse loca! Le pedí una explicación; efectivamente, quisiera no haber sabido la verdad.
Los periódicos han dado cuenta del asunto, a su manera. No me he atrevido a decir lo que sé. ¡Cómo saber si lo que está en este disquete es la verdad! Lo único cierto es lo que ese hombre, o ese cadáver, o ese hombre muerto que se movía, escribió poco antes de volver a morir. Cuando lo retiraron, en la pantalla de la computadora se podía leer: me estoy pudriendo por ti.

Para Leonardo, en el hospital